Expediente de Sheerkhan

Sheerkhan nació en el pleno corazón de la selva, junto a su hermano Kensha. Los dos eran un par de cachorros de tigre peludos, con las patas cortas y de reflejos muy pobres. En pocas palabras, muy torpes. Su madre le enseñó a escalar, a caminar y a correr, para que pudiesen superar los duros obstáculos que había en la selva. Siempre estaba atenta a sus dos hijos, vigilando que sus juegos no fuesen muy peligrosos y asegurándose de que cuando les dejaba solos para cazar nadie les encontraba. Sheerkhan, desde pequeño ya demostraba su gran energía y no tardó en destacar por encima de su hermano, el cuál era gordo y muy lento. Por eso, su madre le encargaba la misión de que se ocupase de él, pasase lo que pasase.

Y fue entonces, cuando los cazadores furtivos llegaron a la selva. Todo el lugar estaba en un estado de nervios permanente. Los animales sabían lo que querían esos hombres armados con esos palos que disparaban esas terribles piedras de acero. Muchos fueron testigos de las bestialidades que les hacían a los animales con un pelaje muy llamativo y la de muertos que se amontonaban cada día. La selva se volvió más peligrosa que de costumbre, así que las grandes manadas decidieron migrar. Su madre, estuvo de acuerdo y los tres, emprendieron un viaje hacia un lugar más seguro, lejos de aquellos hombres.

Sin embargo, Kensha, entorpecía el camino. Se quejaba, se caía, pedía que le esperasen. Su madre estaba histérica, porque dejaban muchas huellas y su olfato le decía que los cazadores andaban pisándole los talones. Finalmente, decidió llevar al pequeño en sus brazos, mientras Sheerkhan la seguía pegado a sus pies. Pero eso hizo que la marcha fuese más lenta, de ahí que diesen con ellos y una de esas terribles "piedras de acero" cortase el aire y se incrustase en el pecho de su madre.

De la nada salieron un montón de cazadores, disparando sin parar hasta que lograron tumbar a la tigresa. Sheerkhan se interpuso, tratando de proteger a su hermano, pero él murió en cuanto su madre cayó al suelo. Antes de que el pequeño pudiese entender qué ocurría, le dieron un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento.

Despertó a las pocas horas, encerrado en una jaula oscura y maloliente. Lanzo un par de rugidos para llamar a su madre, pero no obtuvo respuesta. Agachó las orejitas y se acurrucó en el rincón de la jaula, pensando qué le depararía el futuro. Pasaron los días, e incluso un año, y él seguía encerrado en esa jaula. Estaba deprimido, esquelético y con las piernas atrofiadas de no moverse. Estaba seguro que su final estaba muy próximo y lo esperaba con ansias. Hasta que, un señor decidió sacarle de aquella jaula. Primero le acarició la cabeza y luego le dio un dulce. Sheerkhan le lamió los dedos, rogando que le sacase de ahí. No sabía hablar aún, pero el hombre pareció entender su gesto.

Pagó el precio que pedían por él y le sacaron de aquella jaula. A partir de ese día, el tigre renació. Comió mucho hasta recuperar su peso normal y corrió tanto que sus músculos volvieron a ser fuertes. También mejoró mucho su aspecto, con el pelo lustroso y una mirada llena de vida y alegría. Su amo era una persona muy buena, y le atendía en todo lo que necesitase... hasta que murió. Un infarto, mortal y rotundo, quitó la vida de aquel hombre y la alegría de Sheerkhan.

No tardaron en llegar los escasos familiares de aquel hombre. Familiares que sólo iban tras su dinero. Sheerkhan pensó que esa familia le aceptaría, pues había acompañado a su amo durante tres años. Pero... estaba equivocado. No querían mascotas, menos un tigre revoltoso. Se deshicieron de él, de la manera más fácil revendiéndolo en el mercado negro, donde no daría más problemas y algo de beneficio.

Y otra vez, regresó a una jaula fría y oscura. Había más animales, pero todos en la misma situación, o incluso peor. Era horrible... pensar que todo fue en vano.. No, seguro que otro amo regresaba para salvarle. Y esta vez, no permitiría que le devolviesen a una jaula. Saldría de ese mercado y demostraría que podía ser un gran compañero.